Los fantasmas de mi sombra


Que las palabras no se las lleve el viento


22 de febrero de 2014

Un tipo de indulgencia

Estamos tan acostumbrados a pedir (mejor dicho, ofrecer) perdón por todo, por cosas insignificantes y absurdas.

Nos anticipamos a disculparnos por algo que ni siquiera hemos hecho: “perdón, me puede decir qué hora es”, “disculpe, le pasa un pasaje al chofer”, “perdone, en dónde queda la calle ‘tal’”. 

Nunca he entendido por qué se pide perdón ante esas circunstancias, pero lo que más me sorprende es que la gente, los seres humanos, seamos tan prejuiciosos y orgullosos que somos incapaces de ofrecer disculpas cuando hemos actuado de mala manera o lastimado a alguien más. Nos cuesta tanto disculparnos por nuestros malos actos, pero usamos el “disculpe, tiene que me cambie este billete” o “perdón, te puedo molestar con un agua y unas papás” en cualquier momento del día. 

Anticiparse a obtener la indulgencia de extraños, y negarse a la aceptación de los errores. Pero lo que más me sorprende de todo esto es que no seamos capaces de perdonarnos a nosotros mismos.






17 de octubre de 2013

Tobogán



Mis labios se asfixian en la hoguera del deseo,
quiero purificar mi alma insaciable adherida a ti,
es entonces cuando me siento completa y extasiada,
concibiendo los placeres del amor materializando encantos.

Imagino tu rostro en mi pecho,
tus manos recorriendo lentamente mi entrepierna hasta llegar
al rincón perpetuo de este cuerpo húmedo

la lengua cálida recorre el palpitante tobogán de mi piel,
asciende lentamente hasta llegar al mundo donde todo pierde su nombre

en un instante nos llenamos de fragancias dulces,
conquistamos ángeles y demonios,

el momento se acrecienta reflejando versos y besos,
subimos a la montaña rusa y permanecemos en la cima,
descubriendo nuestros puntos más erógenos,

caemos lentamente mientras un vaivén de orgasmos danzan
sobre nuestra piel desnuda.



Glory Box

El gozo retenido por un momento sublime se derrite en tu cuerpo,
es como un golpe de morfina inyectada en las venas.

Miro tus ojos de cerca y el efecto del estímulo se refleja en ellos,
nos miramos y la excitación se desborda

tus labios buscan desesperadamente posarse en los míos,
de lejos suena Glory Box,
entonces, lo excelso se materializa y se funde en nosotros,

me tomas por la cintura y nuestros cuerpos se complementan,
estoy sintiendo el reflejo del placer en la parte más baja de mi abdomen,

espasmos continuos que vienen y van,
la búsqueda del momento orgásmico comienza
y tus manos se vuelven sedas frotando mi cuerpo,
esto es lo más cercano a volar en las alas de lo divino.

Beth Gibbons dice Dame una razón para amarte,
y sabemos que los dos anhelamos eso,
el momento del idilio se acrecienta y la ropa pierde su forma,

nuestro entorno se ilumina,
llenándose de fragancias nuevas y delirios puros,
de orgasmos visuales y auditivos,
 de manos buscando las partes más sensibles y sumisas del cuerpo,

todo se transforma en la habitación,
  Portishead está por terminar de sonar,
de lejos se escuchan los últimos segundos de melodía,
y nosotros alcanzamos las notas de un éxtasis glorioso.

                                                                          

De poesía y de ti

Relámpagos de energía desbordando anhelos,
la intensidad de un millón de luciérnagas
alumbrando la oscuridad del alma.

Soles, lunas, sueños y miedos

Es el éxtasis  producido por un sublime evento catártico
 que nos atrapa y al mismo tiempo nos libera;
la poesía es el principio y el fin,
es el amor de una musa,
 el idilio de lo excelso transformado en goce

Sinónimo de tierra, agua, aire, fuego,
Sinónimo de ti

Existe poesía en ti y tú existes en ella,
son seres simbióticos, el complemento necesario,
la encuentro en todo y  nada

en el diente de león convertido en polvo al viento,
en tus pestañas largas y escurridizas,
en los huesos que se asoman de vez en cuando por tus caderas

Su levedad espera,
Su peso desespera

Es todo, es nada,
Sinónimo de tierra, agua, aire, fuego,
Sinónimo de ti

Catarsis sublime de la huida y la presencia,
poesía y tú.

Suerte en la muerte y viceversa


Diferencia mínima existe entre suerte y muerte.
Encontré mi suerte al verte ¡qué suerte!,
presentí la muerte al tenerte ¡qué muerte!,

una cosa me llevó a la otra

La dicha y la desgracia estaban presentes en un mismo ente,
Entonces concluí que suerte y muerte

sólo tenían una letra cambiada.


Corona de amor

He tallado tu nombre sobre mis párpados,
has tratado de rogarle a dios que llueva,
yo he quedado ciego, tú has quedado seca

Existe una corona llena de espinas
que se ha clavado en mí
ahora siento los dolores del amor,
es como un cáncer que va creciendo,
como tu nombre, mis ojos y las espinas

Ya no hay nada que me refleje en vos

Había una chispa dentro de mí
que se apagó cuando las flores 
en la tumba crecieron

¿por qué no llueve?

Mi sangre mancha tus manos,
tu dios no te ha escuchado,
la tierra está árida, tus uñas sucias y mis ojos rojos

¿por qué no llueve?

La corona del amor se ha incrustado en mi cielo,
mis párpados ahora gotean las letras de tu nombre.


16 de septiembre de 2013

El pecado de los Cantoya


La tía Gloria, mejor conocida en la familia como la Cantoya es de aquellas señoras que “¡Mira nada más mijita, qué flaca estás, deberías alimentarte un poco más. Ándale échate otro tamalito!” Y acto seguido te da un beso en la mejilla, pero no cualquier beso, sino de esos que te comen vivo y claro, te dejan los residuos de su desagradable líquido salival. Podríamos decir que la Cantoya es de esas tías incómodas que jamás se inmutan de su evidente obesidad mórbida. La familia decidió llamarla de tal manera –y a escondidas- debido a su aparente parecido con globos de Cantoya y no me refiero a lo coloridos ni espectaculares, sino a su tremendo volumen, aunque claro, la tía Gloria a diferencia de los globos jamás podría elevarse por los cielos debido a tanto pinche peso que se carga. Pero ella no es la única, también existen los cantoyitos, sus hijos, que no hace falta hacer una descripción detallada de ellos, pues son la viva imagen de su regordeta madre, pero ellos tienen un plus: son tan feos como las nalgas de un mandril.

  El tío Simón, su esposo, es feo como la chingada, la gordura de él se debe al exceso de cervezas que bebe cada que puede y con el pretexto que sea, pero su mujer y sus hijos le adjudican el cuerpo de botarga de farmacia que tienen a la interminable cantidad de placeres que la vida les ofrece y mientras unos se atascan con dos o tres platos de pay de limón y “mamá échame otro platito de pozole que todavía tengo un huequito”, otros “mamá vamos a la fiesta de los Fernández, van a dar un chingo de comida y sirve que nos traemos nuestro itacate para la merienda de mañana”.

   La razón verdadera del incómodo estado físico de los Cantoya se debía a que la tía Gloria desde que sus retoños eran pequeños les había metido en la cabeza que la única cosa que los liberaría del pecado sería rindiéndole tributo a dios con los alimentos “pero como dios no puede comer, a la chingada, nos toca a nosotros hacer el sacrificio hijos, pues solo nuestro señor sabe el gran esfuerzo que hacemos y cuánto le agradecemos con cada bocado“ y con tanta sarta de barbaridades justificaban sus atracones diarios.

   La dieta de los Cantoya incluía suculentos platillos como dos rebanadas de pastel de chocolate con una taza de café, tres tamales verdes con su bolillo y un atolito de champurrado para el desayuno, todo tipo de carnes rojas acompañadas de papas fritas y una coca cola de litro para cada uno para la comida, y para la cena unos taquitos de suadero, longaniza y cabeza y si les entraba el antojo entre comidas degustaban cualquier tipo de carbohidratos en cantidades exorbitantes para calmar la tripa un rato. Su gula no conocía de cantidades, precios ni calorías. Había ocasiones en las que “hijo, quieres que te sirva otro poco” “no mamá ya estoy lleno, gracias” y treinta minutos después “como que ya hace hambre, se me antojan unas papitas con mucha valentina y un helado de vainilla, vamos por algo ¿no?” mientras que Simón “Tráiganme dos caguamas indio y unos cacahuates japoneses ya que andan en esas”.

   Y no se diga lo que ocurría en las fiestas, los Fernández ya no quisieron invitarlos a los quince de Marianita porque “no manches mamá, si invito a los Cantoya se van a terminar toda la comida, y la tía Gloria ya vez como es de gorrona, mejor no hay que invitarlos”.

  Entre gula y gula los Cantoya vivieron su vida disfrutando sin empacho los placeres de la vida, pero como no hay fecha que no llegue y plazo que no se cumpla , dios se encabronó tanto por semejante blasfemia, pues la gorda familia había estado viviendo en pecado durante muchos años y así, sin decir agua va, se los llevo rodando derechito al infierno y ahí si nada de “para tener contento a Satanás debemos rendirle tributo y como él es diabético y no come azúcar pues hay que sacrificarnos mijitos”.


Lidia Arévalo Fernández

23 de agosto de 2013

Sin atavíos (No te adornes)


No te adornes la sonrisa ni te muerdas los labios, no maquilles tus párpados ni utilices fragancias baratas. No te adornes querida, no te adornes tanto. 
¡No te muevas! ¡He dicho que no te muevas! Tan sólo mírame, mírame ahora y dime qué ves en mi. No quiero engaños mujer, no quiero frases hechas, ni halagos falsos.

Tus ojos son exactamente como los que imaginé. Podría acercar mi cuello junto a tu fina nariz para sentir tu respiración, para rozarte tan solo un poco. Eres perfecta así, sin tanto atavío inútil, a veces no entiendo por qué las mujeres desean ser tan atractivas con productos que solo estropean su anatomía. 
Pero bueno mujer, ¿por qué no has dicho nada hasta ahora, acaso me tienes miedo? Tranquila, este pobre hombre no podrá hacer nada, nada que no quieras, por supuesto. Pero déjame decirte que me encantaría poder ver más que tu excelso rostro, me encantaría que quitaras esa cara de angustia. Hay algo en tu rostro que me cautiva tanto y me intriga de sobremanera.

No puedo mirarte bien desde aquí, ¿será que te has ido o será que me has dejado de mirar? Querida, sólo quiero que estos desgastados ojos conserven algo hermoso, quiero hacer eterno este momento, pero sé que tendrás que irte o probablemente me marche yo primero y jamás compartamos el espacio y el tiempo que ahora nos une.
Me gustaría tanto escuchar tu voz, debe ser lo más parecido a la voz de un ángel o una diosa, pero no entiendo por qué no has querido decirme nada, comienzo a sentirme incómodo... a desesperarme. 
Puedes decirme si quieres “Vete al carajo” “Me molesta tu mirada” o si quieres puedes decirme que estuviste todo este tiempo ahí, callada e inmóvil esperándome, ¡di algo cariño!, lo que sea, quiero escucharte. 

Creo que aún no te has dado cuenta pero he estado aquí cerca de ti por más de una hora y al parecer no me escuchas, ¿o será que no puedes verme y por eso no te acercas a mí?
La gente me observa de manera extraña, me incomodan sus miradas, me hacen sentir estúpido, pero bueno, qué más se puede pensar de un cabrón que lleva sesenta minutos tratando de entablar una conversación con un pinche cuadro de Da Vinci.



12 de junio de 2013

Ensayo sobre el amor

¿Será posible definir el concepto de algo que no podemos ver ni tocar? El amor no tiene un color definido, es incuantificable, pero se encuentra siempre pululando entre las personas. Si bien no es algo tangible, puedo aseverar que existe desde el momento en que se invento esa palabra. Nunca había pensado en elaborar un ensayo sobre el amor. Es sumamente difícil encontrar el concepto idóneo y saber cuál es la definición universal correcta. Es algo tan cotidiano, tan usual y a la vez tan efímero que nunca nos ponemos a pensar claramente ¿qué es lo que nos hace despertar ese sentimiento?

Sabemos que estamos enamorados cuando se desborda aquel sentimiento que se produce en nuestro cerebro al liberar endorfinas, cuando nuestro corazón acelera a mil por hora y tenemos la necesidad de presionarnos el pecho para dejar de sentir que se va derramar todo aquello que acabamos de experimentar. Es una explosión tan inmensa que nos hace querer más y nos duele, porque no sabemos cómo podemos llegar al punto máximo del amor, al éxtasis, al clímax, sin la incertidumbre de que al poco tiempo ese concepto de amor se esfume o se transforme en obsesión o necesidad de ser querido.

El amor se siente, se vive, se piensa en completa soledad. El amor más inmenso se manifiesta al estar completamente solos, al alejarnos de esa persona. Es más fácil hablar de amor cuando no se está enamorado. Somos seres temerosos, egoístas, incrédulos; nos da miedo experimentar el sentimiento de amar porque la consecuencia inmediata y contraria es el odio, evitamos que la pareja llegue a ser nuestro peor enemigo.

El escritor francés contemporáneo Frédéric Beigbeder habla sobre el amor de la siguiente manera:


“El amor es una catástrofe espléndida: saber que te vas a estrellar contra una pared y acelerar a pesar de todo, correr en pos de tu propio desastre con una sonrisa en los labios; esperar con curiosidad el momento en que todo se va ir al carajo. El amor es la única decepción programada, la única desgracia previsible que deseamos repetir” 

El amor posee características inimaginables, es engañoso, el más cruel de los sentimientos, y a la vez el más puro. Nosotros no decidimos cómo vamos a amar, el amor es quién decide cómo quiere jugar. No es un asunto teórico, sino práctico. No existe una ley que diga cómo se debe amar y con qué intensidad, no hay reglas que seguir y quizá eso es lo más complicado, pues por ser un sentimiento tan único y que en cada persona se desarrolla de forma distinta, nos cuesta trabajo encontrar la diferencia entre amar, querer, necesitar o desear a otra persona.

Somos víctimas, victimarios, los buenos y los malos, los tontos, los ciegos y los sordos, los dejados, los manipulados y manipuladores, somos los pendejos y los confundidos, los más celosos y envidiosos.

El amor que sentía Tomás hacia Teresa en La insoportable levedad del ser era único, él la amó desde el primer momento que la vio pero nunca le fue fiel. Justificaba su amor como algo más espiritual que sexual, y ella pasó su vida a su lado, cuidando de él y amándolo. Cada uno se amaba a su manera pero sabían que era amor.


Me parece difícil concebir la idea de que exista el amor hacia alguien que no nos ama, para estar enamorados hay que tener plena seguridad de que la otra persona también lo está, pero ¿se puede amar sin ser correspondido? El amor nos lleva a explorar terrenos desconocidos, a realizar todo tipo de cosas sin importar las consecuencias, cuando una persona está realmente enamorada no ve más allá; el amor nos lleva a lo más profundo, nos hace perder la razón, a volvernos locos, incluso a alucinar el nombre del ser amado, a transformarlo en nuestro enemigo a vencer, y es sólo es por el miedo que nos da ser susceptibles a entrar a ese gran túnel por el que caminamos a ciegas.






¿Qué hago ahora?


Sabino y Timoteo solían beber cada fin de semana en la misma cantina desde hace más de veinte años. Era costumbre, era rutina, y una jodida manera de torturarse escuchando al trovador de los sábados, acompañados de tequila, cigarros sin filtro y la misma canción que Sabino pedía después de varios tragos.

   Desde los 13 años Sabino visitaba a Timoteo que vivía a unas ocho cuadras de su casa. En ocasiones iba en su bicicleta y otras corría y corría hasta llegar a la ventana que daba a la cocina de la casa de su inseparable amigo. Desde ahí podía ver a Martha, la tía de Timoteo. Martha siempre usaba vestidos con escotes demasiado pronunciados y a Sabino le encantaba eso, así que antes de tocar para buscar a su amigo se quedaba unos minutos oculto detrás de un árbol justo frente a la ventana para poder ver aquel escote de la tía Martha.  Veía cómo cortaba la cebolla y lloraba, y cómo en días de calor el sudor le resbalaba suavemente por su cuerpo hasta desaparecer entre sus senos.  Después de ese espectáculo Sabino le gritaba a Timo -cómo él le decía- y enseguida salía de casa para ir en busca de aventuras juntos.

   La precocidad de Sabino y la inexperiencia de Timoteo los condujo con decenas de prostitutas en su adolescencia y a partir de ahí su vida estuvo llena de excesos, vivían “la vida loca” como ellos le decían; todo fue de esa manera hasta que concluyeron la carrera en ingeniería civil.  Durante la universidad Timoteo había tenido varias novias pero nunca pudo formalizar con ninguna y a Sabino simplemente no le interesaba enamorarse de nadie.

   La noche que todo cambió, Sabino y Timoteo acudieron a la cantina de Filemón –como ya era costumbre- dispuestos a pasar la mejor borrachera de sus vidas. Se sentían los dueños del mundo, los invencibles, los que todo podían hacer, sin embargo, al conocer a Matilde, la visión que tenía Sabino de un futuro excesivo se fue desvaneciendo.

  Matilde era una muchacha de 20 años recién cumplidos, que había comenzado a trabajar como mesera en la cantina de Filemón. Entraron saludando a todos los demás hombres, que al igual que ellos, gastaban su vida, su tiempo y su dinero en borracheras interminables.  Se sentaron en la mesa de siempre y conversaron por unos minutos mientras disfrutaban del amargo sabor del cigarro.  Matilde estaba ahí, en el mismo lugar, rodeada de la misma gente, compartiendo el mismo aire y el mismo espacio. Ella se acercó a la mesa de los hombres, preguntó qué querían y en ese momento Sabino no supo en qué jodido momento su vida había cambiado de sentido, dejándolo completamente de cabeza. La vida que él siempre quiso tener la tuvo, no le hizo falta nada, vivió pleno, o al menos eso creía, hasta que conoció a Matilde.

  Solo bastó una noche y dos botellas de tequila para que Sabino transformara su vida. ¿Era amor a primera vista? ¿Era alguna clase de brujería? ¿Qué putas era lo que ocurría? Todo fue tan rápido y tan lento a la vez, sentía que los minutos corrían a prisa, pero no veía el tiempo pasar.
Matilde era una chica encantadora de cabello negro y lacio,  su piel era blanca como la nieve de un frio invierno, y su cuerpo era liso y perfecto; una muchacha seria, educada y bien vestida. Sabino sabía que tenía ante sus ojos a la mujer perfecta, a la que llegaría a romper con todas las expectativas de la vida que él tenía, y por supuesto, la mujer que le daría en la madre, que lo haría delirar y sufrir. La catarsis de Sabino estaba comenzando.

   Sorpresivamente después de un par de horas y muchos tragos de licor, Sabino se levantó de su lugar y se dirigió hacia la barra. Ahí estaba ella, sirviendo copas de vino, cervezas, soportando a engendros borrachos y mal olientes, se veía paciente pero inconforme. Sabino se colocó frente a ella y fue como si todo  hubiese desaparecido, el ruido se atenuó y sus miradas se conectaron de tal manera que fue imposible percatarse de lo que sucedía alrededor. Sabino tomó una servilleta y del bolsillo de su camisa sacó un bolígrafo de punto fino en color negro, la miro a los ojos y escribió:

"¿Qué hago ahora contigo?
Ahora que eres la luna, los perros,
las noches, todos los amigos."
                                                 Sabino

                                     
   Sabino dobló la servilleta, tomó la mano de Matilde y con suavidad la colocó sobre su palma. Regresó a su lugar, estaba fuera de sí, su cuerpo ya no era el mismo, incluso había olvidado la presencia de Timoteo desde que sus ojos miraron a la bella Matilde. Estaba sufriendo, terriblemente, sufría y no sabía por qué, le dolía el pecho, los huesos, le dolía la carne, la garganta, le dolía el palpitar de su corazón. En verdad, aquella muchacha de piel blanca y lisa había penetrado hasta la más profunda protección contra el amor que tenía Sabino. Pasaron algunos minutos, minutos inmóviles, minutos de trance, Sabino había perdido la noción de todo, estaba borracho, no sabía que le había pasado, sentía plenitud, una terrible e insoportable plenitud.

  Ya era medianoche, Timoteo no entendía qué pasaba con su amigo, pensó que era la borrachera la que lo tenía tan apendejado; pagaron la cuenta y salieron del lugar. Matilde corrió, empujó fuertemente las puertas de madera que daban entrada a la cantina, y le entregó un pequeño papel húmedo y arrugado, le sonrío y se fue.

“¿Dónde pongo lo hallado?

 En la tierra, en tu nombre, en la biblia,

en el día que al fin te he encontrado.”

                                                         Matilde.

   Una descarga de mil revoluciones por minuto sintió en su cuerpo con tanta fuerza que casi cae al suelo. Timoteo le preguntó una y otra vez qué sucedía pero Sabino no respondía, entonces leyó la nota y entendió todo. Conocía perfectamente a su amigo y sabía que realmente algo dentro de él había cambiado, aquel Sabino libertino, indomable, rodeado de putas de una noche ya no estaba, se había perdido. Sabino acababa de experimentar algo parecido al amor, eran orgasmos continuos, satisfacción acompañada de inquietud, incertidumbre, dolor, adrenalina; todo y nada.
   Esa madrugada no pudo dormir, pensaba en Matilde, en la casualidad de haberla conocido ese día, a esa hora, en ese momento, entre las notas de aquella canción que también ella conocía y que a partir de ese momento había adquirido un significado para él: “¿Qué hago ahora contigo Matilde?, ¿Qué putas hago ahora contigo que te he conocido?” se repetía una y otra vez. Fue la noche más larga de su vida, nunca imaginó que una mujer que acababa de conocer le quitaría el sueño, lo inquietaría de la forma en que Matilde lo había hecho. Quería sonreír y gritar, salir corriendo a buscarla, a besarla, a decirle lo idiota que se sentía al sentirse enamorado de alguien, pero el miedo, la inseguridad y la estupidez se apoderaron de él.
Escribió su nombre en cientos de hojas blancas, repitió una y otra vez la misma canción, fumó Delicados sin filtro, bebió tanto café como pudo y Matilde seguía ahí, en su mente, en su habitación, en la canción, en el humo del cigarro donde se formaba su rostro; el café le sabía a ella, la soledad se parecía a ella,  a Matilde, a la hermosa Matilde.
   La mañana siguiente Sabino amaneció con un terrible dolor de cabeza, le dolía el cuerpo, los huesos, tenía frío y sudaba excesivamente. Llamó a Timoteo para que fuera a verlo, después de una hora éste llegó y se impactó tanto al ver a su amigo en ese estado, nunca lo había visto enfermo. Timoteo quiso culpar al tequila, al café, a los cigarros sin filtro, incluso llegó a pensar que su amigo había estado drogado la noche anterior, pero Sabino sabía el motivo: estaba sufriendo por una mujer que no conocía. Permaneció en ese estado cinco días, cinco terribles días enfermo de “no sé qué cosa”, fumando y tomando café, escribiendo poesía o cualquier tontería. Cada que podía Timoteo iba a visitarlo, le llevaba comida que Sabino no probaba, lo trataba de convencer de ir a un médico pero siempre se negaba, pues estaba seguro que lo que él tenía no se curaba con ninguna medicina ni con ningún doctor.
  Ya habían transcurrido cinco largos días y Sabino decidió levantarse de la cama, salir de nuevo y enfrentarse a Matilde. Ella había sido en lo único que había estado pensando durante ese tiempo y creyó que sería muy estúpido mantenerse en cama mientras ella continuaba su vida, pensando en él o en alguien más. El miedo aún no salía de su cuerpo, pero decidió enfrentar cualquier cosa, sentía algo por una mujer, y no por cualquier mujer sino por Matilde, si iba sufrir de algo quería que fuera de amor y no de cáncer pulmonar.
  Esta vez fue a la cantina sin Timoteo, pidió una cerveza y esperó a la joven que le había quitado el sueño. Sentía nervios, miedo, coraje de no verla, un ansia loca por mirarla de nuevo y llevarla a su casa, besarla, decirle que era la culpable del amor que sentía. “¿Qué hago ahora contigo Matilde, qué hago ahora que eres la luna, los perros, las noches, todos los amigos?... Otra cerveza, luego otra y una más, de lejos se escuchaba a Silvio Rodríguez:

“¿Dónde pongo lo hallado?

En las calles, los libros, la noche,

 los rostros en que te he buscado.”

Sabino bebía, cantaba, sufría por la espera, y Matilde ya no estaba.



31 de enero de 2013

No es el amor quien muere, somos nosotros mismos

No se sabe todo, nunca se sabrá todo, pero hay horas en las que somos capaces de creer que si, tal vez porque en ese momento nada más nos podría caber en el alma. Ella no cabía en mi alma...

Nunca en la vida me había sentido tan mierda por amar de esta manera. Era un amor doloroso, un amor que lastima con cada una de sus letras, un amor que deseas tocar y saborear, pero al hacerlo te desgarras el alma.

Así pasé los últimos años de mi vida, en completa soledad y recordando día a día la imagen de aquella belleza que me cautivaba con su mirada, para después clavarme dolorosas dagas en el corazón.

Ahora sé que hay algo más alto que el cielo, y más hondo que el océano, y más extraño que la vida, la muerte y el tiempo. Ahora sé lo que no sabía antes de conocerte

(Eso creía yo)

Todos los días podía verla aunque no estuviera cerca de mí. Sentía su respiración, tocaba sus manos sin que ella pudiese notarlo. Ella estaba ahí, junto a mí. Llenándome de amor y rompiendo cada una de mis costillas. Era la mezcla del amor más puro y la maldad más grande.

Amarla de aquel modo me estaba matando. 

Durante largos años me olvidé de mi para vivir por ella. Era miserable, pero solamente necesitaba verla para que mi corazón no dejara de latir. Era terrible vivir para ella, era terrible vivir sin ella.

Desde ese momento supe que mi vida ya no sería igual.

Morí por ella,
morí para ella,
morí por culpa de ella,
por sentirme tan infeliz al tenerla y no tenerla.

Siempre nos han dicho que debemos amar al prójimo sin esperar nada a cambio, pero, ¿y nosotros? ¿qué carajo hacemos con nosotros? 

Después de pasar noches enteras pensando por qué me había ocurrido a mí, me di cuenta que el amor nunca fue el culpable de lo que ella me hizo sentir, fui yo mismo. El amor no se acabó, tal vez el único que se acababa era yo.







19 de mayo de 2012

Amnistía

En algún lugar, septiembre de 1964

Para esta declaración mi nombre no es importante, me da vergüenza que la historia me llame cobarde y me desprecie más de lo que ahora yo me desprecio. Me arrepiento de cosas que hice, cosas terribles que en su momento no dí importancia. Ahora me atormentan día con día.

Eran tiempos difíciles. La guerra había provocado desesperación y deseos de sobrevivir. Teníamos un gran ejército, éramos soldados preparados para cualquier batalla, incluso para esta caótica guerra que terminó con la vida de 50 mil personas, incluida ella...

Llevábamos días buscando a esos hijos de puta que habían destruido en nuestros hogares. La furia desatada provocaba sed de venganza entre nosotros, el problema ya no era la guerra y defender nuestra patria, el problema se había convertido en algo más personal. 

Era jueves por la mañana, el sol estaba insoportable, me ponía de malas, me transformaba en otra persona. Y no estoy excusándome en que el calor fue el motivo de mi delirio, pero sí, lo fue aunque suene absurdo (creo que en el fondo aún existía un motivo más poderoso que no logro entender).

Caminaba solo entre los escombros con mi escopeta lista para ser usada sin piedad alguna en el momento que me topara con algún enemigo, entonces en un rincón la vi. Tenía ojos azules y su piel estaba tan sucia que no pude notarlo.

Ella lloraba desconsoladamente, me dijo que necesitaba ayuda y yo la ignoré. Miré por segunda y última vez aquellos profundos ojos azules mientras tiraba del gatillo una y otra vez, inmediatamente sus lamentos dejaron de escucharse y dejó de suplicar piedad.

Es verdad que cada anochecer, cada despertar, nunca logro olvidar su cara, suplicando piedad.

La guerra duró 6 años y vilmente asesine a cientos de civiles, de gente inocente, pero ella... tenía algo en su mirada que no logro olvidar después de tanto tiempo. 

Si el poder tuviera del pasado cambiar, sin duda restituiría su vida por la mía pues ya no la ocupo más

Ella pudo haber sido mi salvación y lo arruiné. Ahora estoy convencido de que soy un gran hijo de puta y no hay nada que pueda hacer para volver atrás.