Los fantasmas de mi sombra


Que las palabras no se las lleve el viento


22 de febrero de 2014

Un tipo de indulgencia

Estamos tan acostumbrados a pedir (mejor dicho, ofrecer) perdón por todo, por cosas insignificantes y absurdas.

Nos anticipamos a disculparnos por algo que ni siquiera hemos hecho: “perdón, me puede decir qué hora es”, “disculpe, le pasa un pasaje al chofer”, “perdone, en dónde queda la calle ‘tal’”. 

Nunca he entendido por qué se pide perdón ante esas circunstancias, pero lo que más me sorprende es que la gente, los seres humanos, seamos tan prejuiciosos y orgullosos que somos incapaces de ofrecer disculpas cuando hemos actuado de mala manera o lastimado a alguien más. Nos cuesta tanto disculparnos por nuestros malos actos, pero usamos el “disculpe, tiene que me cambie este billete” o “perdón, te puedo molestar con un agua y unas papás” en cualquier momento del día. 

Anticiparse a obtener la indulgencia de extraños, y negarse a la aceptación de los errores. Pero lo que más me sorprende de todo esto es que no seamos capaces de perdonarnos a nosotros mismos.






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