Sabino y Timoteo solían beber
cada fin de semana en la misma cantina desde hace más de veinte años. Era costumbre,
era rutina, y una jodida manera de torturarse escuchando al trovador de los
sábados, acompañados de tequila, cigarros sin filtro y la misma canción que
Sabino pedía después de varios tragos.
Desde los 13 años Sabino visitaba a Timoteo que vivía a unas ocho
cuadras de su casa. En ocasiones iba en su bicicleta y otras corría y corría
hasta llegar a la ventana que daba a la cocina de la casa de su inseparable
amigo. Desde ahí podía ver a Martha, la tía de Timoteo. Martha siempre usaba
vestidos con escotes demasiado pronunciados y a Sabino le encantaba eso, así
que antes de tocar para buscar a su amigo se quedaba unos minutos oculto detrás
de un árbol justo frente a la ventana para poder ver aquel escote de la tía
Martha. Veía cómo cortaba la cebolla y
lloraba, y cómo en días de calor el sudor le resbalaba suavemente por su cuerpo
hasta desaparecer entre sus senos.
Después de ese espectáculo Sabino le gritaba a Timo -cómo él le decía- y
enseguida salía de casa para ir en busca de aventuras juntos.
La precocidad de Sabino y la inexperiencia de Timoteo los condujo con
decenas de prostitutas en su adolescencia y a partir de ahí su vida estuvo
llena de excesos, vivían “la vida loca” como ellos le decían; todo fue de esa
manera hasta que concluyeron la carrera en ingeniería civil. Durante la universidad Timoteo había tenido
varias novias pero nunca pudo formalizar con ninguna y a Sabino simplemente no
le interesaba enamorarse de nadie.
La noche que todo cambió, Sabino y Timoteo acudieron a la cantina de
Filemón –como ya era costumbre- dispuestos a pasar la mejor borrachera de sus
vidas. Se sentían los dueños del mundo, los invencibles, los que todo podían
hacer, sin embargo, al conocer a Matilde, la visión que tenía Sabino de un
futuro excesivo se fue desvaneciendo.
Matilde era una muchacha de 20 años recién cumplidos, que había
comenzado a trabajar como mesera en la cantina de Filemón. Entraron saludando a
todos los demás hombres, que al igual que ellos, gastaban su vida, su tiempo y su
dinero en borracheras interminables. Se
sentaron en la mesa de siempre y conversaron por unos minutos mientras
disfrutaban del amargo sabor del cigarro.
Matilde estaba ahí, en el mismo lugar, rodeada de la misma gente,
compartiendo el mismo aire y el mismo espacio. Ella se acercó a la mesa de los
hombres, preguntó qué querían y en ese momento Sabino no supo en qué jodido
momento su vida había cambiado de sentido, dejándolo completamente de cabeza.
La vida que él siempre quiso tener la tuvo, no le hizo falta nada, vivió pleno,
o al menos eso creía, hasta que conoció a Matilde.
Solo bastó una noche y dos botellas de tequila para que Sabino
transformara su vida. ¿Era amor a primera vista? ¿Era alguna clase de brujería?
¿Qué putas era lo que ocurría? Todo fue tan rápido y tan lento a la vez, sentía
que los minutos corrían a prisa, pero no veía el tiempo pasar.
Matilde era una chica encantadora
de cabello negro y lacio, su piel era
blanca como la nieve de un frio invierno, y su cuerpo era liso y perfecto; una
muchacha seria, educada y bien vestida. Sabino sabía que tenía ante sus ojos a
la mujer perfecta, a la que llegaría a romper con todas las expectativas de la
vida que él tenía, y por supuesto, la mujer que le daría en la madre, que lo
haría delirar y sufrir. La catarsis de Sabino estaba comenzando.
Sorpresivamente después de un par de horas y muchos tragos de licor,
Sabino se levantó de su lugar y se dirigió hacia la barra. Ahí estaba ella,
sirviendo copas de vino, cervezas, soportando a engendros borrachos y mal
olientes, se veía paciente pero inconforme. Sabino se colocó frente a ella y
fue como si todo hubiese desaparecido,
el ruido se atenuó y sus miradas se conectaron de tal manera que fue imposible
percatarse de lo que sucedía alrededor. Sabino tomó una servilleta y del
bolsillo de su camisa sacó un bolígrafo de punto fino en color negro, la miro a
los ojos y escribió:
"¿Qué hago ahora contigo?
Ahora que eres la luna, los
perros,
las noches, todos los
amigos."
Sabino
Sabino dobló la servilleta, tomó la mano de Matilde y con suavidad la
colocó sobre su palma. Regresó a su lugar, estaba fuera de sí, su cuerpo ya no
era el mismo, incluso había olvidado la presencia de Timoteo desde que sus ojos
miraron a la bella Matilde. Estaba sufriendo, terriblemente, sufría y no sabía
por qué, le dolía el pecho, los huesos, le dolía la carne, la garganta, le
dolía el palpitar de su corazón. En verdad, aquella muchacha de piel blanca y
lisa había penetrado hasta la más profunda protección contra el amor que tenía
Sabino. Pasaron algunos minutos, minutos inmóviles, minutos de trance, Sabino
había perdido la noción de todo, estaba borracho, no sabía que le había pasado,
sentía plenitud, una terrible e insoportable plenitud.
Ya era medianoche, Timoteo no entendía qué pasaba con su amigo, pensó
que era la borrachera la que lo tenía tan apendejado; pagaron la cuenta y
salieron del lugar. Matilde corrió, empujó fuertemente las puertas de madera
que daban entrada a la cantina, y le entregó un pequeño papel húmedo y arrugado,
le sonrío y se fue.
“¿Dónde pongo lo hallado?
En la tierra, en tu nombre, en la biblia,
en el día que al fin te he
encontrado.”
Matilde.
Una descarga de mil revoluciones por minuto sintió en su cuerpo con
tanta fuerza que casi cae al suelo. Timoteo le preguntó una y otra vez qué
sucedía pero Sabino no respondía, entonces leyó la nota y entendió todo.
Conocía perfectamente a su amigo y sabía que realmente algo dentro de él había
cambiado, aquel Sabino libertino, indomable, rodeado de putas de una noche ya
no estaba, se había perdido. Sabino acababa de experimentar algo parecido al
amor, eran orgasmos continuos, satisfacción acompañada de inquietud,
incertidumbre, dolor, adrenalina; todo y nada.
Esa madrugada no pudo dormir, pensaba en Matilde, en la casualidad de
haberla conocido ese día, a esa hora, en ese momento, entre las notas de
aquella canción que también ella conocía y que a partir de ese momento había
adquirido un significado para él: “¿Qué hago ahora contigo Matilde?, ¿Qué putas
hago ahora contigo que te he conocido?” se repetía una y otra vez. Fue la noche
más larga de su vida, nunca imaginó que una mujer que acababa de conocer le
quitaría el sueño, lo inquietaría de la forma en que Matilde lo había hecho.
Quería sonreír y gritar, salir corriendo a buscarla, a besarla, a decirle lo
idiota que se sentía al sentirse enamorado de alguien, pero el miedo, la
inseguridad y la estupidez se apoderaron de él.
Escribió su nombre en cientos de
hojas blancas, repitió una y otra vez la misma canción, fumó Delicados sin filtro, bebió tanto café
como pudo y Matilde seguía ahí, en su mente, en su habitación, en la canción,
en el humo del cigarro donde se formaba su rostro; el café le sabía a ella, la
soledad se parecía a ella, a Matilde, a
la hermosa Matilde.
La mañana siguiente Sabino amaneció con un terrible dolor de cabeza, le
dolía el cuerpo, los huesos, tenía frío y sudaba excesivamente. Llamó a Timoteo
para que fuera a verlo, después de una hora éste llegó y se impactó tanto al
ver a su amigo en ese estado, nunca lo había visto enfermo. Timoteo quiso
culpar al tequila, al café, a los cigarros sin filtro, incluso llegó a pensar
que su amigo había estado drogado la noche anterior, pero Sabino sabía el
motivo: estaba sufriendo por una mujer que no conocía. Permaneció en ese estado
cinco días, cinco terribles días enfermo de “no sé qué cosa”, fumando y tomando
café, escribiendo poesía o cualquier tontería. Cada que podía Timoteo iba a
visitarlo, le llevaba comida que Sabino no probaba, lo trataba de convencer de
ir a un médico pero siempre se negaba, pues estaba seguro que lo que él tenía
no se curaba con ninguna medicina ni con ningún doctor.
Ya habían transcurrido cinco largos días y Sabino decidió levantarse de
la cama, salir de nuevo y enfrentarse a Matilde. Ella había sido en lo único
que había estado pensando durante ese tiempo y creyó que sería muy estúpido
mantenerse en cama mientras ella continuaba su vida, pensando en él o en
alguien más. El miedo aún no salía de su cuerpo, pero decidió enfrentar
cualquier cosa, sentía algo por una mujer, y no por cualquier mujer sino por
Matilde, si iba sufrir de algo quería que fuera de amor y no de cáncer pulmonar.
Esta vez fue a la cantina sin Timoteo, pidió una cerveza y esperó a la
joven que le había quitado el sueño. Sentía nervios, miedo, coraje de no verla,
un ansia loca por mirarla de nuevo y llevarla a su casa, besarla, decirle que
era la culpable del amor que sentía. “¿Qué hago ahora contigo Matilde, qué hago
ahora que eres la luna, los perros, las noches, todos los amigos?... Otra
cerveza, luego otra y una más, de lejos se escuchaba a Silvio Rodríguez:
“¿Dónde pongo lo hallado?
En las calles, los libros, la
noche,
los rostros en que te he buscado.”
Sabino bebía, cantaba, sufría por
la espera, y Matilde ya no estaba.
super baby !! I LIKE IT !!! <3
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